
Música popular
- Posted by danielrubioserrano
- On abril 14, 2016
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A mi madre no le gusta la música. A mi padre sí.
En esa época dorada en la que los niños nos sentábamos aparte, no dábamos nuestra opinión cuando los adultos hablaban, ni íbamos a clase de inglés cuando ni siquiera éramos capaces de decir una palabra en nuestro idioma, en esa época que hoy parece el Cuaternario, aún era lícito que cualquier vecina, cualquier amigo de la familia despistado te hiciera la pregunta fatídica –¿A quién quieres más, a papa o a mama?-, siendo esta una disyuntiva en la que ni mis hermanos ni yo, ni quiera mis primos, tardábamos más de un segundo exacto en posicionarnos a favor del espectro femenino de la misma, esa eterna balanza que hizo que, en mi caso, llegara incluso a definirme por oposición. Por eso soy del Atleti, no del Madrid. Por eso me gustan los chicos, no las chicas.
En mi casa, la ascendencia andaluza venía por línea materna, y eso se nota aún en la alegre algarabía –que algunos no dudarían en calificar de directamente ensordecedora- de las reuniones que circundan la mesa de mi abuela. Sin embargo, era mi padre el que escuchaba a Camarón.
La casa de mis padres está –digamos- sobre una pequeña colina, y aún me recuerdo a mi mismo mascullando, jadeando, subir esa cuesta maldita de mi infancia mientras un quejío hondo, profundo, salía por las ventanas sin que nadie, ni mi madre, ni mis hermanos entendiera muy bien de que iba aquello. A mí, sin embargo, me gustaba mucho, aunque no era capaz de ser sincero conmigo mismo al respecto. Hoy, que ya he sido capaz de admitirme muchas cosas, soy capaz de decir que La Leyenda del Viento es una de las grandes obras artísticas del siglo XX.
Mucho antes de que vestirte como un sueco perdido en 1972 –polo abotonado, barba abundante, pantalones pitillo- estuviera de moda, mi generación empezaba a acusar la necesidad de diferenciarse a través de la música. Digamos que sí: fue la época dorada de Kyle y ese pepinazo que fue Fever, dentro de muy poquito llegaría Beyoncé con su Crazy in Love y, por qué no, seguían coleando el Millenium de los Backstreet Boys, que no dejaron de sonar hasta bien entrada la década.
Pero, como os decía, los jóvenes universitarios, que vivíamos fuera y nos creíamos el puñetero ombligo del universo, sentíamos la necesidad imperiosa ser diferentes, de renegar de Fernandisco para cantar las suicidas melodías de Placebo, queríamos experimentar nuestro Woodstock particular en su versión de 3 minutos que es Last Nite o entrábamos en comunión con el universo en gracias a Seven Nation Army.
Pero, ¿sabéis una cosa? A mí, que usé Napster para descargar copla, lo que me gustaba de verdad en la Universidad era escuchar a Shakira, y Servicio de Lavandería es un disco que marcó mis primeros veinte.
En realidad, la música latina ya campaba a sus anchas por los chiringuitos de verano desde antes de que Ricky Martin se coronara como el Rey del universo en el Mundial de 98 cantándole a los franceses y, justo en el verano de 2003 llegó Loorna, y su Papichulo.
Decidme si sois capaces de tararear una canción de Bod Dylan. Decidme ahora si no os sabéis al menos un par de compases de Papichulo. Este tema, considerado históricamente el introductor del reguetón en nuestro país fue un auténtico bombazo, que sirvió de base a todo lo que vino detrás.
Y, en esto llegó, Madonna, y su Hang Up sirviendo en bandeja la última vuelta de tuerca de la música dance, que venía avisando desde el Mr. Brightside y eclosionó en Human, para terminar creando figuras como Avicii o David Guetta y verdaderos himnos generacionales como Titanium, hasta llegar a grandes productores como Pitbull que supieron mezclarlo todo en obras maestras como Dj Got Us Fallin´in love.
Así, la música que se creó en el Neolítico para marcar el ritmo a la hora de recolectar las cosechas, y era algo puramente tribal, étnico, como es el flamenco, que incluso hoy se premia en La Unión como un cántico creado para soportar las penurias de la mina, se transformó a través de los sonidos africanos y latinos, por un lado, y por la evolución que supuso el jazz a través del swing en el rock más primitivo, por otro, en ese amplio aspectro que hoy conocemos como música popular, y abarca desde el ska o incluso el metal al reguetón o a la rumba que triunfa en el mundo entero
En realidad, el arte popular nunca ha sido del gusto de los críticos. Ya defenestraban a Lope de Vega, por ejemplo, e incluso no gozaba de mucho favor en la corte Tudor de Whitehall los versos de un tal Shakespeare.
En definitiva, es esa una manera tan legítima como cualquier otra de definirse por oposición.
Y no seré yo el que tire la primera piedra al respecto.
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