El verano
- Posted by danielrubioserrano
- On agosto 25, 2017
- 0 Comments
La playa. El mar.
La arena. Ese camino caliente como el infierno hasta el chiringuito. El triunfo de la primera pisada sobre el suelo de madera. La cerveza fría. La segunda cerveza fría. Zarzuela de mariscos. Pescaíto frito. Arroz para diez a la cuatro de la tarde. Un grupo de música que toca el cajón mientras se hace de noche sobre el Mediterráneo, sobre el Atlántico.
La libertad. La playa. El mar. El infinito océano.
Una nevera llena de hielo. Hundir la mano en una nevera llena de hielo, en un cubo, rebuscar en el cubo del gitano que vende botes en la orilla en busca de la bebida más fría. El pelo húmedo. El camino hacia el agua. El primer roce de los pies sobre la arena húmeda, la primera ola en el bajo vientre. Flotar. Flotar sin rumbo.
Ese libro mojado, con las hojas arrugadas, que llevas a todas partes. El darte igual que sean las doce que las cuatro, desayunar a la una, cenar a las doce, comer helados a cualquier hora.
La rodaja de naranja que flota sobre el ron. Esas gotas condensadas que mojan se deslizan por la copa y encharcan la mesa. Una camisa abierta. Un baile al amanecer.
El calor. El sexo.
Esa gota de sudor que cae desde tu frente, desde la punta de tu nariz. Una mano experta que te seca ese sudor y se funde en él. El sexo en la playa en noches donde todo es posible. El sexo a media tarde, a primera hora de la mañana y un rincón entre las rocas.
Un baño compartido entre diez personas. Colchones en el suelo. La ropa arrugada. La ropa alegre.
Que te esperen para cenar. Buscar una mesa porque está el paseo marítimo lleno y que te de igual, porque la gente es alegría, el guiño que te hace el camarero mientras pone un mantel a tu mesa y el cigarro de la victoria, que enciendes porque has vuelto de nuevo a ganar la batalla de las terrazas.
Música, música por todas partes y a todas horas. Música que invita a enamorarte como el más tonto de los colegiales. Música absurda y repetitiva. Música alegre.
El azul, en todos sus variantes. En la sonrisa del chico que te gusta, en el bañador que no termina nunca de secarse. El azul vibrante, crujiente, de una piscina de interior, un remanso de paz en mitad de un coro de chicharras.
Una barbacoa, y luego otra. Una partida de cartas. Un cine al aire libre. Pipas de girasol. Palomitas con caramelo.
Despertarse en Singapur, emborracharse en Tarifa. Cruzar Despeñaperros, una vez más, como una promesa de felicidad grababa en marmol. La Laguna de Torrevieja y los campos de cítricos que la rodean.
El calor. El verano.
¿Cómo alguien en su sano juicio puede estar deseando que llegue el invierno?
0 Comments